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La Clavícula


Quien conoce la función que tiene la clavícula sabe que es un hueso fundamentalmente necesario del cuerpo. Mi historia para entender lo que es una clavícula comienza así:

Era una tarde de esas en la que sin nada que hacer en el colegio nos pusimos con una pelota a patear de aquí para allá. Pero queríamos jugar, y tomamos por asalto las canchas de fútbol (éramos ya grandes, no había derecho a pataleo). Cañón, un pana que hacia galas de su pata pesada para patear pelotas de lado a lado de la cancha y canillas de oponentes, sacó la pelota desde el área, hacia casi el área contraria, donde se encontraba Alfredo y Roberto, quienes de un salto se jugaron la pelota. Alfredo ganó la pelota, pero del golpe en el aire perdió el equilibrio y cayó de medio lado, justo en el hombro, lo que le partió la clavícula en dos.

El hombro quedó más abajo de lo normal, le colgaba el brazo y no podía moverlo. Así entendimos que coño era la clavícula, y para que servía. También lo que dolía.

Los primeros Libros

Era de noche, y tenía ya varias horas en casa de Sandra. Decía que era peligroso que me fuera a la casa a esa hora, así que amablemente me ofreció una de las habitaciones de la casa para descansar ese día. A la mañana siguiente teníamos que hacer algunas cosas fuera de El Recinto (le decía El Recinto, nunca entendí por qué, pero siempre pensé que era una traducción mala de su francés, o una manera de darle caché a una casa en el centro de Caracas).

El aburrimiento me mataba porque mi querida bruja, por más informada que estaba de todo lo que pasaba en el universo, era enemiga acérrima del televisor. Siempre pensé que era por sus obvias artes adivinatorias, pero después descubrí que era porque pese a que la TV le molestaba, el Internet le apasionaba.

También, El Recinto era una gran biblioteca, llena de libros increíbles. Leer los títulos era una cosa de recordar mis investigaciones sobre la magia, la hechicería, la brujería, la adivinación, la astrología, ni hablar de la alquimia y de cuanta cosa tenga que ver con las artes oscuras. De hecho, el atractivo olor a cuero viejo, a páginas roídas, a todas esas cosas que quería saber, eran simplemente maravillosos.

Ataviada de blanco, Sandra entra al cuarto con una vela en la mano, que iluminaba la habitación con un brillo incomprensible. Yo tenía a medio sacar un libro sobre botánica de Paracelso. “Ese es un librito. Es divertido para la gente que quiere empezar a entender estas cosas, pero no me extrañaría para nada que ya lo tuvieras”, dijo con una risa oculta, porque sabía que ya tenía el libro, sólo que me daba curiosidad conocer la edición que ella tenía. “No es la botánica de Paracelso, son sus notas personales”. Mi reacción fue devolverlo a la biblioteca.

Ella saca el libro y aparta una serie de cosas de la mesa de madera que estaba en medio. Lo abre y me muestra los manuscritos. Me recuerda las cosas de la que es capaz la mandrágora, me recuerda las bondades afrodisíacas de la rúcula, los aromas del romero para el amor, pero también me muestra cosas que en el libro editado no existen, como los venenos naturales y plantas inofensivas que pueden causarte la muerte.

Aunque pasamos horas en eso. No hubo ninguna cosa incesante en las notas de Paracelso. Sandra no tenía ningún interés de introducirme a la botánica.

“Ven acá”, me dijo. Y me llevo a una parte de la biblioteca. El dedo largo y delgado empezó a buscar título por título, que siseaba en francés, e iba tomando libros y me los ponía en las manos. Cuando eran ya seis, me pidió que los pusiera en la mesa.

Una ligera brisa entro por la ventana y la dama comenzó a recitar en francés algo que decía más o menos así:

“La brujería es solamente una palabra en la boca de los hombres, aquella con la cual se conjura al enemigo espiritual o al enemigo a secas. Los brujos o brujas, no son más que las víctimas propiciatorias de la adversidad. ¿Dónde está, Razón, tu victoria en este mundo de miedos y odio, en el que la Luz aparece solamente con destellos en la noche” pronunció sobre un libro grande y pesado, con la mano derecha elevada a los cielos. La vela se apagó pero era inevitable ver que el pentáculo de la tapa despedía una luz centellante. “La brujería es la hija de las miserias. Es la esperanza de los rebeldes. Es el fruto de la rebelión, maldecido por las Iglesias y por el poder”.

De golpe el libro se abrió con un golpe de viento.

“Yo soy hija de Sainte-Sévère-sur-indre, descendiente de la druidesa. Asesinada por los hombres de fe por su poder sobre la naturaleza. No existe índice ni anular que rompa el hechizo de los hijos de la druidesa. No existe ni cántico ni conjuro que me pueda anular. No existe pira que queme mis carnes, porque como dice el gran libro, de barro estoy hecha y en barro me convertiré cuando la voluntad del señor sea cumplida, cuando el Lucífugo tenga el coraje de recibir a esta alma empeñada, cuando la muerte tenga el coraje a cortar el hilo del destino”.

Las palabras brillaban en la noche. Las hojas se convirtieron en una llamarada de fuego blanco, y la ventana se convivió en un vendaval que lanzó los libros de la estantería al suelo.

“Bestias de lana, yo os tomo en nombre de Dios y de la muy Santa y Sagrada Virgen María. Ruego a Dios que el desangramiento que voy a hacer revierta y aproveche a mi voluntad, yo te conjuro para que rompas y quebrantes todos los sortilegios y encantamientos que pudieran haber penetrado en los cuerpos de mi viviente rebaño de bestias de lana, aquí presente ante Dios y ante mí, y que está bajo mi cargo y custodia. En nombre del padre, del hijo y del espíritu Santo y de Juan Bautista y a San Abraham”.

Luego un temblor nos lanzó al suelo y con la mano izquierda, en el piso recitó:

“Astarin, Astaroh, que es Bahol, yo te entrego mi rebaño a tu cargo y a tu custodia; y para tu salario yo te daré bestia blanca o negra, la que me plazca. Yo te conjuro, Satarin, para que me las protejas en todo lugar de estos vergeles diciendo Hurlupapin”.

Tomando mi muñeca, recitó:

“Señores de las alturas y de los infiernos. Solicito el permiso de las almas y de los hombres para que mi iniciado pueda acceder a los conocimientos de la magia y la hechicería, a los textos secretos de nuestra orden”.

Un fuerte ardor se me presentó en la muñeca. La vela se encendió de nuevo y el viento cesó. Tenía en mi muñeca izquierda una forma de tres puntas.

Sandra miró el sello, soltó una carcajada, y me dijo: “La Triquetra… la trinidad santa: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Indivisibles. Iguales. El círculo es eternidad. Representan Igualdad, Eternidad e indivisibilidad. Nosotros la interpretamos como Virgen, Madre y Anciana. También como vida, muerte y renacer. Las tres fuerzas de la naturaleza: agua, aire y viento”.

En mis manos colocó seis libros. La Clavícula de Salomón. El libro mágico del Papa Honorio. El libro del dragón rojo, mejor conocido como el arte de gobernar los espíritus celestes, etéreos, terrenales e infernales. La Démonomamie. El necronomicón. Finalmente, la Kabalah”.

“tienes seis días y seis noches”, finalizó…

Siete dias, Siete noches

Las palabras pasaban una tras una, parecía que la noche era interminable y los días eran eternos, la casa estaba iluminada por la única y pavorosa vela que no se inmutaba a las respiraciones de los mortales ni a los soplos de la calle, solo un ligero golpe de hoja hacia que flaqueara en su llama.

Así pasaban los dragones rojos alrededor de mi cabeza. Tejiendo conjuros letra por letra en la inmensidad del cuarto. El olor a las páginas rancias y a dedos húmedos comenzaba marearme. Algo que me recordaba que uno debía evitar lamerse los dedos después pasar las paginas del libro de un mago, pues siempre las rociaban con polvo de mandrágora para evitar los tontos y curiosos supieran sus secretos.

Pero eran horas de incienso y marihuana, y la mandrágora esa simplemente un trago más de un coctel de palabras enredadas y conjuros inocentes, y otros no tanto. Pase desde los hechizos y conjuros para encantar rebaños, pasando por los embrujos para destruir sembradíos completos, convertir el agua en sangre, esas tonterías de ilusionistas y malvados. También están maldiciones malintencionadas, de las supuraciones de la piel para los traicioneros, los vómitos interminables para los mentirosos, la caída del cabello para las mujeres lujuriosas, y provocar el suicidio a los enemigos.

Pero esas, esas cosas son las que menos importaban. Las artes de la alquimia, los conjuros, las cartumancia, la necromacia, a adivinación, la gemología, la convocatoria de espíritus poderosos y almas necesarias, eso no tenia importancia.

Sólo buscaba una sola cosa. Como provocar el fuego a voluntad…

Sandra decía que el universo es el equilibrio.

Soy la luz de las Estrellas

que parpadea en lo alto

brillando diamantina

en el cielo de ébano.

Soy la amiga del marinero

y la búsqueda del

astrónomo;

la sábana gloriosa de nuestra Madre

y su

invitada.

Pero yo soy, también,

algo más profundo y aún más

cosas

(casi olvidadas pero escritas en la tradición).

Por ello, llámame y

desea que esté cerca de ti,

seduciéndote desde la ventana

desde donde me

miras,

trayéndome tus deseos y tus ilusiones más honestas,

tus fantasías

apasionadas o tu fuego inquieto.

Dámelos a mí con una ferviente

petición

y yo los haré arder hasta que den fruto.

Después de múltiples intentos, una hoja me dio la clave. Con el dedo tome la llama de la vela, la que pronto se expandió en toda mi mano. La llama quemó los vellos de la mano y el olor a chamuscado invadió toda la casa. Sandra apareció de la nada, bañada de sudores hediondos. Su blanca vestidura parecía más bien una túnica gris cenicienta. Su mano huesuda tocaba mi cabeza y me decía. Concentra tus demonios en la palma, concentra sus dolores y tus placeres, concentra la paz que no consigues, concentra tu alma en la palma. Eres uno y muy poderoso hombre, busca el equilibrio, busca el equilibrio.

Nathaniel apareció de la nada, y con la mano siniestra tocó mi cabeza y recitó vehementemente las palabras del Credo hacia atrás tres veces, luego hacia delante. Bañó mi frente de agua bendita. Sandra y Nathaniel, soplaron mis ojos. Y una bola de fuego se formó en mi mano y en unos segundos estalló para bañar la habitación de luz…

Al despertar estaba Maria formando un escándalo de padre y señor nuestro.

El olor a humo y a hierbas curtía el ambiente. Para eso Maria estaba abriendo las ventanas. Para sacar el olor a rancio y sudado de la habitación. “ni en una fiesta coño… usted hace tanto desastre. ¿Me puede explicar?”. Negué con la cabeza…

Las dudas

Era domingo, y tuve la necesidad de ir a ver a Nathaniel. Al entrar a la iglesia, encontré al joven cura ofreciendo la misa. Y en pleno sermón se detuvo a mirarme y sonreír. Y dijo estas palabras:

“De perseguidos, de negados, de rechazados, de mentirosos y asesinos se le califica a los que disienten. De disentir podemos decir muchas cosas, y de eso podemos hablar muchas veces. Venezuela es un país lleno de hombres y mujeres que por disentir perdieron la vida, por disentir nunca callaron sus voces y morir por unos ideales, y morir por un futuro que deseaban, y morir por que sus hijos no vivieran en la opresión. Perseguidos llamaban a los que creían que dios estaba en otro lado y fueron quemados en la hoguera. Negados fueron los que pensaban en la ciencia como respuesta a las incógnitas que la fe nunca pudo responder. Mentirosos fueron llamados los que a viva voz escucharon las voces de los Ángeles, de los santos, de su propia conciencia, y lucharon por la libertad de sus pueblos en las guerras para después ser quemados en la pira de los inocentes y justos. De asesinos fueron calificados los muchachos que simplemente aprendieron que la muerte de algunos podía salvar a un pueblo completo. No se trata de creer o no creer. Se trata de ser autentico y ser honesto. Se trata de ser justos con nosotros y nuestra historia. La luz esta cerca”

finalizó…

Siempre lleno de dudas, aún no puedo comprender las palabras de Nathaniel. No puedo entender si se trataba de mi pasión por la brujería y la magia, o por mis labores en el periodismo. Después de unos cuantos tragos de vino, conversamos.

Sandra sirvió el mismo delicioso Te de Coca que acostumbraba servir todas las tardes. Ella decía que era una de las pocas cosas que le habían encantado de Latinoamérica. Después de una mirada contemplativa dijo: “muchacho como has cambiado”.

Eche a reír y me quedé encantado por sus palabras. Con las puntas de los dedos tome la llama de la vela y jugué con ella como si fuera una pequeña metra, la pasé entre los dedos y luego la volví a colocar en su vela.

Ella sonrió… “Recuerda que estas aprendiendo comprender a la naturaleza. Solo eso”. La tarde pasó apaciblemente entre una conversa y otra. Uno tras otros puse los libros sobre su mesa. Duda tras duda le pregunté a la bruja cada una de las anotaciones que tenía en un cuadernito. “las dudas son apenas las preguntas a las respuestas a las cosas que conocerás en un futuro. Yo no voy a responder a ninguna de ellas. Los libros son tuyos”.

Abrí La Clavícula de Salomón y me encontré en hebreo lo siguiente:

 “Maldito quien en vano tomará el Nombre de Dios y maldito quien mal empleará las Ciencias y los bienes con los que El nos ha enriquecido. Te pido, hijo mío, que grabes bien en tu memoria todo cuanto te digo, para que no se te borre nunca, o, por lo menos, te mando que si no tuvieses deseo de usar para bien los secretos que te enseño, antes eches al fuego este mi testamento, que abusar del poder que te doy de obligar a los espíritus, pues te advierto que estos ángeles bienhechores, cansados de tus ilícitas demandas, podrían ejecutar para tu desdicha las órdenes del Dios supremo, así corno para la desdicha de todos los que, mal intencionados, abusaren de los Secretos que se me han revelado. De todas formas, hijo mío, no creas en absoluto que no te sea permitido gozar de los bienes y placer que esos espíritus divinos puedan darte; sino al contrario, para ellos es un gran placer el rendir servicio al hombre, mientras éste no abuse en absoluto de su bondad. Por otra parte, hay muchos de esos espíritus que tienen mucha afinidad con el hombre e inclinación hacia él, al haberles destinado Dios sobre todo a la conservación y conducción de las cosas terrenas que están sometidas al poder del hombre”.

Ella sonrió, y con su mano huesuda cerro el libro. “¿Cuando me invitas a almorzar, joven maestro?” dijo…

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La Adivina


Juliana nació en Almería en una familia muy supersticiosa. Era de esperarse pues la casa donde vivían estaba plagada de muchas historias, la mayoría tenían relación con su tía, una famosa bruja de avanzada edad que venía de recorrer Europa con gitanos durante la guerra y que muchos la conocían como “La Señora”.

Esas historias nunca quedaron atrás pese a que su tía había decidido dejar ese clima y mudarse a otro más cálido. Se largó por las Américas a disfrutar del trópico y cedió la casa a su sobrina y a sus padres: un viñedo que poco a poco se fue convirtiendo en una de las más importantes de la zona. De todas maneras, era 1989 y a los trece años nadie tenía miedo a esas historias de niños.

Juliana estudiaba con las Madres del Cristo Rey en una casona que funcionaba como semi internado, donde se profesaba una profunda devoción a La Milagrosa. La madre superior, casualmente llamada Milagros, era una vieja insoportable que no medía la manera de dar regaños o felicitaciones. Las dos maneras eran propinadas a bofetadas.

Una tarde de abril Juliana recibió la sorpresa de su vida. Su padre llegó de improvisto en su camión Mercedes a la escuela. Su tía, “La Señora”, había viajado desde América a verla. El cuento corrió como polvorín por todo el colegio. La famosa Señora había vuelto, y eso alborotaba las historias. La Madre Milagros fue a quién más desagrado le causó la llegada de la Doña.

Del camión bajó La Señora, una dama vestida muy elegantemente, con una falda negra por debajo de la rodilla y un taller de mismo color. Su piel blanca, muy blanca, destacaba finamente sus manos largas y cuidadísimas. Su cabello, ya ceniciento, lo coronaba un broche de jade tallado exquisitamente. La señora abrazó a Juliana. Olía a tabaco y chocolate. Olía a eso que uno siempre imaginó que podía oler una señora de esta fama. Olía, para la madre Milagros, a todo el infortunio que ella representaba: las historias de brujas.

Después de tantos años, aquel acento francés era el mismo, pese a vivir en países más tropicales. Con un beso estampado en la frente y un amapuche, la tía, La Señora, tuvo la bienvenida de su querida sobrina, escoltada de religiosa vestida de blanco, mocasines sucios y cruz terciada al cuello

– Señor, -Interrumpe La Madre Milagros dirigiéndose al padre de la pequeña- agradezco la sorpresa, pero la niña tiene clases y agradeceríamos mucho que se retirara lo más prontamente del recinto… ¡niñas, todas a sus salones!, ¡ala! – dijo dirigiéndose a las niñas que se acercaron con curiosidad.

– Me parece que sería una descortesía que me quite la oportunidad de dejar de ver a mi pequeña después de un viaje tan largo, hermana… – dijo Sandra con una sonrisa entre dientes.

– Milagros… -increpó la monja- y soy madre, no hermana, y yo sé que no es mi problema, pero espero que esto no se convierta en costumbre esto de venir acá…

– Madre entonces… Supongo por las historias…

– Además…

– Pura superchería… eso es lo malo de tener una propiedad de abolengo… se tejen historias de padre y señor nuestro.

– Amen

– A todas estas… – Dijo el padre de Juliana Interrumpiendo la incómoda discusión- el hecho de que esté acá es porque me llevo a Juliana. Creo que estos días van a ser muy de familia y considero que la niña debe estar en casa…

– Entiende que esto significa que tiene que traerme un permiso escrito…

La Señora introdujo su mano en su pequeña cartera y sacó un pergamino muy elegante, con una letra ciertamente extraña, estaba escrito el permiso de puño y letra de La Señora, marcado por un lacre rojo que en relieve tenía una extraña figura.

Al llegar a la casa como buena casa española, el almuerzo fue largo y estridente. Su tía, apenas dejó la mesa, la llevó a un largo paseo por el viñedo. Juliana se atrevió a preguntarle esa tarde sobre aquellas historias. “No todo lo se cuenta es cierto hija” respondió su tía, y tras una larga pausa, destacó: “La gente deforma las historias… qué pasaría si se supiera todo lo que pasó que no se sabe”.

 

POR DEBAJO DE LAS PIEDRAS

Ese sábado, La señora se levantó del sillón y le dijo a su sobrina que tomara su suéter y una linterna que tenía que mostrarle algo. Era ya cerca de las 11 de la noche. Salieron de la casa y fueron a los barriles de guarda del vino que hacía su padre. Su tía levantó una reja que quedaba en el piso y bajaron por unas escaleras mohosas que daban a un canal de aguas limpias que pasaba por debajo del edificio. Esta agua era la que se usaba para el riego y producción del vino. Además, era la que mantenía fresca el área de guarda. “Esta es el agua de la montaña. Esta es el agua mágica que todos quisieron pero nunca encontraron”.

Su tía contó que en la época de Franco, muchos militares intentaron apropiarse del territorio buscando la famosa fuente de la vida. Se decía que las aguas de este manantial tenían cabecera a los pies del árbol de la Cábala, de importantes propiedades curativas. “Todas esas mentiras se tejieron alrededor de esa agua, pero la verdad, es que como no pudieron ni quitarme la casa, todos los que venían, terminaban cortejándome”, dijo La señora con una risa cómplice.

Las piedras del camino eran gigantescas. Pareciera que la hubieran labrado a pulso limpio. El agua había alisado sus cantos y la habían convertido en un círculo perfecto. Muchos animales caminaban sigilosamente por las paredes: salamandras y arañas disfrutaban del festín de insectos que la cueva y la oscuridad les brindaba.

Al final del camino, se abría un pozo de agua. Hacia arriba, se veían las estrellas. La Señora, la tomó de la mano y poco a poco fueron entrando en el agua del pozo. A medida que avanzaban, Juliana sentía como el frio le iba tocando palmo a palmo los huesos. Cuando llegó a la altura de los hombros, sintió que el cuerpo dejaba de temblar, ya no tenía miedo ni frio. La luz de la luna tocó sus cabezas. Era media noche.

Su tía tomo barro y le untó en la sien, en los párpados y en los lóbulos de las orejas… “con este presente te entrego luces para ver, luces para escuchar y luces para sentir con todo el corazón”. Luego, con agua, lavó sus ojos y untó en sus manos el barro. “Eres mi sobrina más querida, la niña de mis ojos, esta es tu bautizo, tu iniciación como mujer de la familia. Bienvenida a la casa de casta y gloria”.

El agua se tiñó de rojo sangre. La niña de 13 años se convertía en mujer.

A la salida del pozo, estaba Julia, su madre, y su nana Sofía. Ambas con lágrimas en los ojos la abrazaron emocionadas colgándole una toalla. Sus labios morados del frio no paraban de temblar, pero aún, la sensación cálida de su vientre no cesaba. Su padre, en una esquina, veía todo desde lejos, dándole unas caladas al cigarrillo. Metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña cadena de plata con una medalla con el sello de la familia y se la colocó. El secreto con su tía resultó a voces de luna llena.

Esa noche estuvo plagada de sueños confusos. Juliana veía a sus amigas del colegio sobre ella. Todas estaban como gritándole. Sentía frío. De repente, la voz severa de la Madre Milagros, su rostro arrugado y duro la despertó: “¡levántate!”.

El sudor le recorría todo el cuerpo. Tenía fiebre y le dolía mucho el vientre. Se levantó a tomar un vaso de agua porque la sed la estaba volviendo loca. Fue a la cocina y abrió la nevera. Había gente en la sala de la casa. Era su padre y su tía.

Su padre, un hombre fuerte, delgado, siempre llevaba ropas de trabajo. Tenía las manos curtidas del frio y sus uñas parecían las de un halcón. Pese a que siempre fue un hombre de paz, su tamaño y su imponente presencia inspiraba respeto. Su tía, estaba envuelta en una bata de algodón, era bastante mayor que él. Ambos fumaban habanos mientras conversaban con una intimidad casi desconocida en ellos. Conversaban sobre ella.

– Sabes lo que viene Andrés. Tu mismo lo recuerdas.

– Si. Estoy claro que las cosas se van a poner turbulentas de ahora en adelante.

– Trata de orientarla como padre. Estas cosas no son fáciles de asimilar.

– Tuvimos esa edad Sandra. Recuerdo muy bien como son las cosas, pero esas primeras visiones son las más duras, con los años uno finalmente toma el camino que debe tomar, pero estos primeros pasos son los más complicados.

– Claro hermano. Por algo hoy eres el botánico y alquimista más grande de estas tierras… pero nunca me has dicho… todavía ves…

– Si… todavía veo… y hablo con ellos.

La Señora miró el cigarro con cierto interés y miró por segundos a su hermano. “¿quieres saber lo que estoy viendo?” preguntó. Su hermano asentó con la cabeza. Ella le acercó su cigarro y le dijo… “Viene pronto.”.

 

LA NOCHES DE LAS LUCES CLARAS

La Señora partió días después despidiéndose de su sobrina querida con un regalo: La llave de hierro que cerraba aquella habitación donde ella dormía. “Cuando sientas miedo. Aquí está la llave”, Dijo.

La sangre había parado uno o dos días después de la partida de La Señora. Los días pasaron con normalidad, comenzando con la vuelta al colegio y con ella las tardes lluviosas. Juliana, con mucho celo, guardaba la llave en su cajita de madera bajo su cama. Llevaba siempre el medallón que le regaló su padre, sin embargo evitaba mostrarlo libremente. Recordaba la terrible mirada de la Monja cuando su tía entregó aquella carta con lacre.

Pero algo sí había cambiado. Sus sueños eran cada vez más recurrentes. Nunca quiso decir nada, pero las cosas pasan y el mundo da vueltas. Una noche soñó que una de sus compañeras de cuarto se caía desde el techo de la casa. Por alguna extraña razón, Juliana, una tarde de hastío, tomó el rastrillo y reunió un montón de hojas del patio en el medio del jardín. Esa tarde, Helena cayó del techo luego de intentar rescatar un pajarito. Por suerte, gracias a la montaña de hojas sólo tuvo moretones y aporreos. El pajarito también se salvó.

Los sueños se convirtieron en avisos frecuentes. También los causantes de la famosa sed nocturna que la obligaba a levantarse en las noches y que la hacían entrometerse en las conversaciones de los adultos a esas horas. Una de esas noches, escuchó como la directora reprendía a una joven hermana por sus escarceos con el jardinero. Otra noche, encontró a la madre María hartándose de las galletas que hacia otra de las Madres. Días después confirmaba su sospecha. La despedida de la Joven hermana de manera improvista y la decaída de la hermana María le confirmaba sus temores. No se trataba de casualidades.

La necesidad de agua la hacía tomar baños nocturnos. Esos baños le evidenciaban nuevas cosas. Su cuerpo estaba cambiando. Sus pechos nacientes, sus caderas ensanchadas, su piel cada vez más blanca y su cabello cada vez más largo y tupido confirmaban su temor. Eso de hacerse mujer tiene sus asuntos, pero sobre todo, causó impresión en toda la escuela. Poco a poco todas las niñas dejaron de serlo. Ella, fue la semilla de todo este cambio en la escuela. Con ello, vino también la mirada atenta de los muchachos de la escuela cercana, y con su atención, también estaba acercándose la salida de excursión de fin de año.

La noche anterior a la excursión toda se reunieron antes de dormir. Entre cuchicheos y risas empezaron a hablar de los muchachos. Uno por uno les fue descuartizando. Juliana reía de los comentarios de las muchachas, sin embargo, en un momento tuvo mucha ansiedad. “Juli, ¿y tú qué piensas?”, preguntó Helena. Juliana se levantó del suelo y las miró una por una… la mirada de las muchachas no salían de su asombro. Esperaban que saliera algo de su boca.

Todas, tendrán un destino atado a estos muchachos, todas menos Helena. Franca… conoces a Daniel… no será hoy, ni mañana, pero un día se sentará a tu lado, ahí comenzará todo. Eli… Carlos te ofrecerá todo, pero no te dará nada. Marlene… Luis hará lo imposible por ti, pero tus padres te mandarán lejos. Ten paciencia, el destino tiene algo preparado para ustedes. Franccesca… Manuel te cortejará, pero finalmente fundirá su vida con Yesenia, quien será su celestina. Pero tranquila, tu amor está en otra ciudad, en otro tiempo…

Así pasaron los minutos describiendo una por una la relación de estos muchachos con ellas. La Lluvia pasó desapercibida entre las palabras Juliana y los leves truenos de la noche. Todas atentas escucharon el destino de cada una de ellas. Sin embargo Helena, nerviosa esperaba su turno que nunca llegaba. Entre risas y susurros, las niñas comenzaron a cuchichear lo que Juliana les decía. Helena, pelirroja, de carácter fuerte y dominante, detuvo los susurros al levantarse “y entonces, ¿a mí que me toca?”. Un fuerte dolor en el pecho hacia que Juliana se retorciera. No podía decir una palabra más. Sin embargo, detuvo su caminar y se dirigió a Helena, parada en la mitad del cuarto.

– Tú atenderás el llamado

Acto seguido, Juliana fue a vomitar al baño.

 

EL PASEO AL RIO

Era perfecto para reírse. La Madre Milagros en zapatos de goma, medias grises hasta las rodillas y el vestido de monja. Helena miraba con extrañeza a su amiga, quien se había recuperado de sus dolores de estomago con un baño de agua caliente.

Los muchachos recogieron a las muchachas en autobús. Las niñas subieron y se fueron ubicando en los puestos una por una. Ya los muchachos habían pensando en todo: Cada uno en un puesto donde solo podía entrar una niña.

Un gordito que se sentaba adelante tuvo que conformarse con sentarse al lado de la Madre Milagros. El Jesuita que los acompañaba era el padre Pedro, un excursionista reconocido, alpinista en su juventud, conocía como la palma de su mano el parque a donde iban de paseo. Nada podía pasar.

El autobús llego a un claro después de dos horas de camino. Todos bajaron e hicieron parejas para cuidarse. Nada fue casual, pareciera que todas estaban susceptiblemente sugestionadas a tomar al joven que anteriormente Juliana había descrito. Helena y Juliana quedaron juntas.

Después de unas cuantas horas de camino, los muchachos habían ya hecho amistad con las muchachas, sin embargo Helena y Juliana no se habían dicho ni una sola palabra en todo el camino. Cuando estaban llegando al rio, Helena la mira: “¿qué significa eso?”. “No sé, yo digo lo que veo, ni más, ni menos…”, respondió Juliana.

Los muchachos no perdieron el tiempo. No habían llegado al rio cuando empezaron a quitarse los zapatos y las medias… otros, se sacaron las franelas y dejaron los bolsos en un montón.

En menos de un parpadeo, estaban todos los muchachos, y una que otra niña metida en medio del agua fría. Juliana se sentó en una raíz y del bolso sacó un sándwich. Pese a su gusto por el agua, no quería mojarse así como así. Le pareció divertido ver a los muchachos mojar a las chicas. Algunas ya estaban empapadas de pies a cabeza e intentaban escurrirse el cabello sin muchos resultados. Helena se había unido al grupo.

La madre no paraba de gritar regaños e improperios, mientras el Padre Pedro recogía ramas para encender una fogata y calentar a estos muchachos luego de sus juegos en el río. Manuel, uno de los jóvenes, se dio cuenta que la única que no había tocado el agua era Juliana, y junto con dos más buscaron la manera de distraerla y meterla al agua.

Eli se detuvo a preguntarle por qué no se había metido, mientras que los muchachos sigilosamente, la tomaron de sorpresa. Entre tres la cargaron y la fueron llevando al rio. Los demás se acercaron a ayudar a los que iniciaron la broma. Helena, alejada veía como todo pasaba frente a sus ojos. Pese a que pateaba y se retorcía para evitar su destino, poco a poco fue llevada a la orilla. Con el balanceo respectivo y a la cuenta del uno dos tres, Juliana, finalmente tocó el agua.

Reina impetuosa y terrible de las aguas;

Tú que tienes las llaves de las cataratas del universo

Y que encierras las aguas subterráneas en las profundidades de la tierra;

Reina del diluvio y de las lluvias de primavera y de las aguas torrenciales;

Tú, que abres los manantiales de los ríos y de las fuentes;

Tú, que mandas a la humedad,

Que equivale a la sangre de la tierra,

Se transforme en savia de las plantas,

Te invocamos, a nosotros, que somos móviles e inestables criaturas,

Háblanos en medio de las grandes conmociones del mar y temblaremos ante tu voz,

Háblanos en el murmullo de las aguas límpidas y ansiaremos el amor de tus manos.

¡Oh inmensidad, en la cual van a perderse todos los ríos del ser,

Que incesantemente renacen en ti

Profundidad que te exhalas a las alturas,

Condúcenos a la verdadera vida por la inteligencia y el amor,

Llévanos a la vida por los caminos ocultos

Al ver que no salía del agua, Helena se abalanzó sobre donde ella estaba. Los muchachos al ver su reacción, se sumaron a ayudarle. El cura, quien vio toda la escena, quedó a la orilla del rio y contuvo a la vieja monja diciéndole “ellos lo hicieron, ellos que lo arreglen”.

Llevaron a Juliana a la orilla. Estaba desmayada y empapada. Las muchachas trataron de reanimarla y la monja, desesperada, se acercó apartando a algunas muchachas… “levántate” le dijo… exactamente como lo decía en el sueño.

Juliana se incorporó quedando frente a frente con la monja. Milagros, aterrorizada, no se movió ni un palmo. Quedó congelada del terror que le profería la mirada de Juliana, casi muerta. Juliana susurró imperceptiblemente algo en el oído de la monja que destrozó sus nervios y la hizo romper en llanto.

Inmediatamente, volvió en sí y mirando a Helena preguntó “¿qué paso?”.

Enrollada en una toalla, frente al fuego, Juliana estaba mirando las llamas esperando miles de preguntas… cada quien estaba en lo suyo. Comían y conversaban. Algunas muchachas reían de las cosas que les decían los chicos, mientras que la monja estaba sentada en una piedra a la orilla del rio. El padre Pedro no pudo matar la curiosidad y se acercó a la monja para conversar.

– Día difícil ¿eh?

– A que se refiere Pedro.

– Que no es fácil escuchar a una persona en trance decirte unas cuantas verdades cuando uno no cree en esas cosas.

– Sabe que creo en Dios y en nada más, Pedro. Mi fe no se cuestiona tan fácilmente, mucho menos en estos momentos tan difíciles…

– A que se refiere…

– A que no estoy para que me este fastidiando un cura que cree que ha visto todo porque ha viajado por el mundo y eso hace que se cuestione su fe con cosas que no tienen sentido ni para su iglesia, ni para su Dios, ni para la congregación que representa.

– Bah, no le creo ni el avemaría… que tiene esta niña que la tiene a usted tan preocupada…

– Se acuerda de La Señora…

– Claro, gran amiga…

– Pues es su sobrina…

– Ahhh, así que por ahí viene la cosa… y que fue lo que le dijo la niña que la mortificó tanto…

– Que volviera a mi casa que la muerte se acerca

– Y que, por que…

– Esta mañana llamaron de mi casa y me dijeron que mi hermana estaba enferma

– Y que vas a hacer…

– Pues iré a mi casa…

– Ya veo… ¿segura que nada cuestiona su fe?

 

LA LLAVE

Al día siguiente todas las niñas partieron a sus casas para sus vacaciones de verano. La Madre Milagros no estaba en el colegio, así que las otras religiosas fueron las que despidieron a las niñas. Juliana y Helena eran las únicas dos a quienes no habían venido a buscar. Ambas con sus cosas ya recogidas, quedaron juntas en el descanso de la casa sentadas esperando que las buscaran. Helena, con mucha curiosidad, le preguntó a Juliana…

– Julli… que te paso ayer…

– Nada. Si te lo cuento me van a tildar de loca.

– Que de loca ni que nada. Tú eres mi amiga, no creo que sea de morirse.

– Pues sí, la cosa es de morirse… – Un silencio incomodo quedo colgado en la conversación, pero la mirada de Helena estaba más interesada en una respuesta. Juliana la miró con cara de rabia y levanto el dedo…

– Pues sabes que no le vas a contar a nadie…

– Me cruzo…

– Ok

Juliana le contó con detalle sobre el sueño que ella tuvo muchas veces sobre su despertar… describió cada detalle bajo el agua, uno por uno. “Las voces de las ninfas eran bellísimas”, destacó Juliana, mientras que con atención Helena estaba deslumbrada.

– … Hasta que una de ellas me sacó del agua

– Pero si quien te sacó fui yo…

– Bueno, sí, pero lo que yo vi fue una ninfa…

– Y que te dijeron…

– Pues que me dejara llevar por los caminos que me iban a enseñar…

– Y lo de la madre…

– Nada malo. Sólo que su hermana va a morir hoy antes de que ella llegue a pedirle perdón por muchas cosas que pasaron y se va a sentir tan culpable que seguramente no la veamos por acá por un tiempo.

En ese momento llegaron dos carros… la camioneta del padre de Juliana y un lujoso auto negro con el chofer de tripulante… su padre la ayudó con la maleta mientras que se despedía de su amiga. Sin embargo, Juliana tenía su caja de manera en la mano. Sólo esperaba llegar a su casa. Ambas se despidieron por las ventanillas.

 

EL BROCHE DE LAS NINFAS

Era de tarde y se avecinaba una fuerte lluvia. Los nubarrones empezaron a acercarse furtivamente y las luces en el cielo tocaban peligrosamente la tierra. Las mujeres de la casa corrían por todas las habitaciones cerrando ventanas para evitar que la torrencial lluvia las azotara. Los hombres metían a los caballos y animales a los establos para que no se mojaran con el vendaval. De todas maneras el patio central de la casa siempre se ahogaba con las primeras lluvias y terminaban todos sacando agua de la casa por la puerta principal. Y siempre el padre de Juliana decía que tenía que arreglar los desagües del patio antes de la llegada de las lluvias.

Juliana decidió refugiarse. Su padre no la dejaba hacer tareas de la casa porque consideraba que tenían la gente suficiente para esas labores, así que prefirió esconderse en el único lugar que sabía que no la iban a molestar: el cuarto de su tía. De todas maneras, las noches de lluvia era predestinado que tendría pesadillas, y por el volumen de la lluvia, pareciera que esta iba a dar bastante miedo.

Girar la llave de hierro era sacar de su prisión ese aroma parafinado del cuarto de su tía. Un pilón de cera coronaba la mesa que se encontraba en el medio del cuarto. Muchos colores de velas se desparramaban azules, violetas rojos, blancos, amarillos, dorados, morados, verdes, de todos los colores.

Él cuarto, dispuesto de forma circular estaba rodeado de libros en estanterías de madera. En un rincón estaban arrumados cientos de pergaminos atados con cintas de colores. El techo del gran salón estaba coronado con una gran flor y en sus esquinas estaban dibujados algunos querubines que pareciera que tomaran la flor y la sostuvieran con sus manitos pequeñas. Hacia la derecha, había un pequeño cuarto que tenía una cama monumental, con una sobrecama de seda y un mosquitero blanquísimo. Un aguamanil con un espejo adornaba la pared. Del otro lado, estaba un pequeño closet y una escalera.

Dos pantuflas olvidadas quedaron a un lado de la cama. Puestas delicadamente con el fin de que apenas bajara de la cama, la señora pudiera tocar con sus pies directamente en ellas sin tocar el suelo. Sin pensarlo mucho, corrió hacia la cama y se abalanzó sobre ella. La lluvia estaba azotando las ventanas. Las luces repentinamente se apagaron y todo quedo en absoluto silencio. Sólo se escuchaba el sonido de la lluvia caer y de los truenos que ocasionalmente perturbaban la quietud de la noche lluviosa.

Juliana decidió meterse bajo el edredón. Las sabanas le recibieron con un olor a flores. Suavemente deslizo sus pies hasta el final de la cama, cuando se topó con algo duro. Era un libro, aparentemente olvidado por La señora. A Juliana le extrañó mucho, pues, con lo ordenado que estaba todo, no pareciera que a La Señora se le fuera a olvidar un detalle tan tremendo: Un libro debajo del cubrecama…

No dejó de ojearlo desde que lo abrió. Había muchas cosas interesantes, muchos dibujos de seres sensacionales. Cuentos de hadas y elfos entre otras criaturas fantásticas. Pero lo que más le llamo la atención fue el capítulo de las ninfas del rio. Eran damas esbeltas con su cabello rojizo que les caía hasta la cintura adornado con muchas flores del bosque y la piel blanquecina.

El sonido del agua se fue colando en sus oídos, y el sueño la fue llevando a deslizarse entre los edredones de plumas. El libro poco a poco cayó en su regazo dejándola totalmente dormida. La lluvia caía a borbotones por los cristales mientras un pequeño, un leve rocío, se filtraba por el ambiente. Las voces de las ninfas se adueñaron del salón, apareciendo una a una alrededor de la pequeña Juliana. En el centro de ellas, La Señora coronaba el salón, sonriente. En coro, las ninfas cantaron con la lluvia y el rocío fue empapando toda la habitación. La voz de la Señora se adueñó del cantico mítico.

“Háblanos en medio de las grandes conmociones del mar y temblaremos ante tu voz, háblanos en el murmullo de las aguas límpidas y ansiaremos el amor de tus manos. Condúcenos a la verdadera vida por la inteligencia y el amor, llévanos a la vida por los caminos ocultos. Tú que reina sobre las aguas, tú que tienes las llaves de las cataratas del universo, te invocamos a nosotros, que somos inmóviles e inestables criaturas. Muéstranos el camino, devela tu sueño y tu destino”.

La pequeña con una voz profunda, casi en susurro, emitió unos hilos de voz que develaban su sentencia:

“La Señora que pregunta no pretende respuesta alguna. Las damas que la acompañan ya saben el destino de esta alma. El mar llama, el rio la espera, la lluvia la baña y el cielo la venera. Que el deseo la lleve a otras aguas. Que otras aguas la presenten como reina. Que otras aguas la bañen de bendiciones. Que en otras aguas conozca el amor y el deseo que a mares la llenarán de vida. En otras aguas sembrará raíces y reinará por siempre…”

Terminó el susurro concluyendo, segundos después de una pequeña pausa que parecía eterna…

“Díganle que el tiempo pasa y que el llamado está más cerca. El camino no es en estas tierras. El llamado se atenderá, en su momento, en tierras calientes y necesitadas… que vaya a curar almas perdidas, que ese es su destino”.

Una dolorosa bocanada de aire, junto con una retorcida posición la elevó entre las sabanas. El terror de Juliana la sacó del trance y empezó a llorar desconsoladamente. La señora la tomó entre sus brazos y con besos la consoló. No entendía nada. No sabía… era un sueño… era verdad… ¿qué era?

Una a una las ninfas se fueron retirando. Las menores primero, las señoras finalmente. Su tía, La Señora, acariciaba su cabello y secaba sus lágrimas con sus dedos largos y blanquecinos.

– Tía… el llamado de Helena es terrible… – dijo la pequeña desconsolada…

– Nada está escrito hija. Cada quien elige su destino… El superior simplemente da las pinceladas a los destinos de cada quien. Solo está en nuestras manos decidir qué hacer y hacia dónde ir… al final tu camino es mucho más grande, más importante. Eres adivina, hija de adivinos, de hechiceros y magos, hijos de la tierra y criados por la fe de la vida. Tu camino está en buscar tu destino. Tu destino es el camino.

Juliana despertó empapada de sudor, o de agua. Sabía que era un sueño. Solo que el broche de su tía estaba dispuesto a un lado de la cama.

Semanas después, su padre le dijo una noticia que la emocionó mucho. La llevaría al mediterráneo a conocer sus playas en un tour. Le emocionaba mucho el mar. Quería verlo. Tocarlo.

La emoción cayó junto con una carta de su amiga Helena. Había conocido a un muchacho, medico por cierto. La idea de la medicina la traía loca. Le parecía maravillosa la idea de ser doctora como su padre, un neurocirujano de renombre. “Quiero ayudar a quienes necesitan una mano…” decía la carta. Juliana sabía que de esa manera, sellaba Helena su destino.

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El mito de Leda (2006)


1

Sandra me volvió a llamar. Me dijo que era una cosa urgente y que no podía esperar. Diciembre estaba en las calles y llegar al centro de Caracas era imposible. No se puede caminar y mucho menos para llegar a la tienda. Sentí la presencia de varios tipos que tenían ganas de robarme, pero uno de ellos, que se presentó frente a mis ojos, hizo una seña y asentó con su cabeza. Con una reverencia me dio paso adelante. Algo bastante extraño.

Al llegar a la tienda la negra me dijo que subiera frente a la presencia de un sin número de compradores de baños y esencias. Una morena, muy parecida a Elena, me trancó el paso cercano a la escalera. Elena la volteo con la mirada y ella con ojos de regaño dejo que pasara no sin cara de desconfianza.

“El es amigo de la señora”, le dijo en voz baja.

Sandra me esperaba. Se sentía desde la escalera colorida. Era algo nuevo. Era la sensación de la espera que la bruja emanaba. “Tienes que aprender a percibir. A sentir lo que el universo te muestra. Tienes que aprender a limpiar tu mente para ver con claridad. Te falta mucho, Abre los ojos”. Me dijo Sandra una vez.

En la mesa estaba una nota que decía, “espera”, junto a aquel té de coca que sabía que estimulaba mis pensamientos y abría mis sentidos. Había un libro cerca. El cuero desgastado, como de costumbre, con la cinta roja roída marcando la pagina 156, que aunque estuvo complicado comprenderlo por mi falta de práctica en latín antiguo, decía más o menos lo siguiente:

“Sólo el cantar de la tristeza de una doncella puede dar vida al ave negra de la muerte solar. Sólo el canto del ave, puede acabar con la noche que cubre su corazón, pero el sacrificio de ambos sea justo con el dolor y el renacimiento de un alma”

Sandra, a quien solía vestir de blanco, hoy estaba más gris que nunca. Su piel estaba muy blanca, más que de costumbre.

– ¿Qué te pasa?

– Es el pasaje. Tengo algo que mostrarte.

Me pidió que la siguiera al cuarto contiguo, a través de la cortina de cuentas rojas y negras, hasta hoy, un terreno inaccesible para mi entendimiento. Estaba lleno de flores blancas, las paredes eran blancas, y en el centro había un altar de mármol blanco con una caja de terciopelo negro en medio.

– Es necesario que entiendas que todo lo que va a pasar de hoy en adelante es más poderoso que nosotros dos juntos.

– Cualquier cosa es más poderosa que yo… Sandra, lo sabes que yo de esto…

– Calla… Escucha… Abre los ojos.

– Si señora…

– Llevo más de 30 años cuidándolo, y al parecer sólo tú puedes ser el mensajero para quien puede cumplir la profecía. Este es el huevo de un cisne negro. Y sólo una doncella puede hacerlo nacer como la profecía lo dice. Para eso tienes que protegerlo con esta daga.

Sandra me entregó una daga con una piedra oscura en medio. De la empuñadura. Era la daga es la llave, sólo me dijo eso.

“Y ahora” pensaba yo, cuando caminaba por el centro de Caracas con la caja que contiene un huevo. ¿Pero qué es?

Me senté a fumar frente a la iglesia de Santa Teresa, al pie de la campana. No me quedaba otra: llamar a Nathaniel.

Entre a la iglesia. Caminé por el pasillo entre los bancos centrales. “Ad Magis Dei Gloriam”, grité en la nave central. Al minuto se asomaba un hombre calvo y alto, con tez vasca, y me dijo “amen”.

2

El cura caminaba de un lado a otro, vociferando groserías. Aludía a que yo era más pendejo que nadie al meterme en semejante lío con lo del huevo y la doncella. Después de caminar y vociferar por más de media hora, Nathaniel se sentó, se sirvió estrepitosamente vino en un vaso que tenia sobre la mesa, oculto entre un sin fin de papeles y lo tragó sin mucho recelo. Luego miró al cielo.

Casi todos los sentidos simbólicos se refieren al cisne blanco, le llaman el ave de Venus, la mujer desnuda, la desnudez permitida, la blancura inmaculada. También hace referencia a su hermafroditismo, es mas­culino en cuanto a la acción y por su largo cuello fálico, y femenino por el cuerpo redondo y sedoso.

El cisne es la realización suprema del deseo, precisamente su canto, que no es más que el símbolo del placer que muere en sí mismo. Este mismo doble sentido del cisne es conocido por los alquimistas como el “Mercurio filosófico”, el centro místico y la unión de los contrarios, significado que corresponde en absoluto a su valor. Otros autores destacan que por su relación con el arpa y con la serpiente sacrificad: el cisne aparece como montura mortuoria, porque los símbolos esenciales del viaje místico al ultra mundo son el cisne y el arpa. Esto pareciera ser la explicación del misterioso “canto del cisne” moribundo.

El cisne es también medio pariente del pavo real, aunque en situación inversa. El cisne-arpa, correspondiente al eje agua-fuego, expresa la melancolía y la pasión, el auto sacrificio, la vía del arte trágico y del martirio.

En cambio, el Pavo Real, situado entre tierra y aire, representa el pensamiento lógico. Así como el caballo es el animal solar diurno, el cisne era el que tiraba de la barca del dios Sol a través de las olas durante la noche. Es evidente que la leyenda de Lohengrin se halla en relación con este mito.

Dijo el cura de manera muy académica, sin que pudiera entender ni una sola palabra de lo que estaba diciendo, pues para mí, todas estas referencias eran bastante extrañas a mis estudios de esoterismo. “Escucha… Abre los ojos, hay muchas cosas que faltan por entender y cosas que yo no sé. Esto es solo parte de las cosas que te puedo explicar”.

No me quedó duda de que debía preguntarle por Lohengrin, a lo que sólo me respondió, “Escucha a Wagner”.

¿Y de donde joder yo saco alguien que me explique ópera alemana de mediados de siglo antepasado?, pues quién más… ¡Palmiro!

3

Tomé el Metro. La gente me veía con cara de extrañeza pero se apartaba del camino. Una señora mayor, como de 60 años, me tomo de la mano y me sonrió. Luego me dijo que las cosas tenían que pasar por alguna razón y luego se bajo con una sonrisa en los labios. Al bajarme la gente se apartó para dejarme salir.

Sabana Grande estaba realmente extraña. La luz de tarde estaba empezando a estirarse por las calles de la gran avenida, pero el frío no dejaba de azotar a la gente. La basura alfombraba el piso, como todos los diciembres, pero extrañamente, era poca la gente la que caminaba por las calles atestadas de buhoneros.

Palmiro me abrió la puerta de su apartamento en Sabana Grande. Era un lugar pequeño pero cómodo. El olor rancio a cigarro empapaba todo el ambiente. “Qué coño haces tú aquí, si tú no tienes ninguna moral para verme a la cara coño de tu madre”, fue su recibimiento, luego del portazo en las narices. Segundos después abrió la puerta muerto de la risa, y me invitó a pasar.

Después del café saque la caja del huevo y le conté la historia completa. Su visión de químico, quizás de alquimista en búsqueda de la piedra filosofal, hizo que sus preguntas fuesen más que sus respuestas. Después de escuchar la historia con detenimiento dijo: “hay muchos huecos, no logro atar los cabos, todavía si fuera Guillermo de Ockham todavía, pero aún sigo siendo un simple mortal… ¿Lohengrin? ¿Era de eso que me hablabas de Wagner no?… déjame ver…”

Se paró de su silla y comenzó a buscar en su biblioteca. Sacó un folleto en alemán de una opera en Múnich de hace unos cuantos años, y puso un CD que saco de entre una discoteca nutridísima. Donde supongo que cualquier otro no sería capaz de conseguir algo en especifico con tanta velocidad.

Levantó su dedo, con mucha elocuencia y con una sonrisa en los labios dijo: “Oft in trüben Tagen”, y comenzó a traducir del alemán al español cada uno de los movimientos de la ópera de Wagner, que según explicó Palmiro, fue dirigida por primera vez por Liszt.

Cuenta de qué manera Elsa pierde a su hermano el heredero, Gottfried, y es obligada a casarse con Telramund, enviado del rey Enrique. Luego aparece Lohengrin, en una barca arrastrada por un cisne, con su armadura de plata. Este la desposaría si no le preguntaba quién era ni de dónde venía. Elsa es obligada a hacer develar la identidad de Lohengrin. Elsa rompe sus votos y el decide dejarla, pese al amor que le tiene. Él es un caballero del Santo Grial, de nombre Lohengrin, hijo de Parsifal, y ahora que su secreto ha sido revelado ha perdido su poder y debe regresar.

Predice una gloriosa victoria para las armas alemanas; entonces aparece el cisne, arrastrando una barca vacía. Lohengrin le saluda: «Mein lieber Schwann», abraza a Elsa en una tierna despedida, le entrega la espada, el cuerno de caza y el anillo, para que se lo dé a su hermano Gottfried si alguna vez vuelve.

Luego Elsa se entera que ella transformó a Gottfried en un cisne, el que ahora sirve a Lohengrin; si Lohengrin hubiera podido quedarse también habría podido devolver a Gottfried a su estado natural, pero ahora la oportunidad se ha perdido.

Lohengrin cae de rodillas y reza. En respuesta a su plegaria, aparece una paloma sobre su embarcación, el cisne se sumerge en las aguas del río y aparece Gottfried. Los ciudadanos de Brabante vitorean a Gottfried, quien desde ahora les gobernará. La paloma conduce ahora la embarcación, en la que va Lohengrin. Mientras, Elsa, que lo ve marchar, cae sin vida en los brazos de su hermano.

Esa es la relación del cisne y le muerte. Este es un mito de un número de las “Memorias de la sociedad alemana de Königsberg” donde aparece ésta antigua leyenda germánica.

Palmiro, lleno de risa, ante mi extrañeza y mi duda, sólo logró alcanzarme a decir que esta historia es una herramienta estética para develar este rompecabezas del embrujo. “Escucha… Abre los ojos… La clave no está en el texto, está en la música”, dijo.

Llegue a la casa desconcertado. Dejé la caja sobre la mesa, y la daga al lado. Me lancé en el sofá a ver televisión y ahí quedé dormido.

4

Me desperté desconcertado con el ruido que hacía a la señora María en la cocina. Al verme la cara pensó que la rumba del otro día era una tontería al lado de lo que estaba viendo en mi cara hoy. Le pedí que no dijera nada, y le conté la historia del huevo y la daga. Muerta de la risa me dijo que había metido el huevo en la nevera con caja y todo porque no sabía para qué carrizo era eso. No tuve otra reacción ante tal torpeza sino que reírme. “El cuchillo ese lo puse sobre su mesa de noche porque yo se que a usted le gustan vainas muy raras”, reprochó con una ponchera llenas de medias sucias que iba a restregar en la batea.

Saque el huevo de la nevera, lo lleve a la biblioteca y lo coloque sobre la mesa mientras prendía la computadora. Me sirvió para ordenar toda la información que había recolectado. Eran necesarias retomar muchas cosas con diccionarios, libros y otras cosas que tenía por ahí guardadas en la biblioteca.

Un correo electrónico retumbaba en el MSN desde hace rato. Era de Leda.

“Negro, estoy en Caracas y quiero verte. Lo más seguro que pase hoy por tu casa en la noche. Espera mi llamada. Se te adora. Leda”.

“¿la niña de nuevo?”, me tomó de sobresalto la voz de María cuando entraba con yo no sé qué cosa para la habitación. Asentí con la cabeza sin voltear.

– Tú no puedes seguir en este asunto con la niña… – dijo arrimando una silla.

– No sabes las veces que he pensado en eso… María, es momento de que empiece a no dejarla venir más para la casa.

– Si es cierto. Es siempre cuando ella lo necesita, pero cuando usted la necesita no es capaz de aparecer.

– Bueno… eso es tampoco cierto.

– Yo lo único que te puedo decir es que esa bruja amiga tuya te dio esto es precisamente para que resuelvas estos asuntos que no terminas de entender. Creo que vas a tener que sacrificar algunas cosas para que esto se dé.

– ¿Y tú como sabes de esto?

– Yo soy como tu madre… sé cuando algo te preocupa. Y esto te lo dio la bruja para que lo resolvieras. Pero… ¿Cuánto estas dispuesto a dar?

Seguido de esto, sólo me basto recibir el abrazo de María que si no tengo que mentir, ciertamente se ha convertido en la madre que me ha dado los consejos que necesitaba en esta época. “Abre los ojos, negro, ten fe en ti… La niña te ama, pero no sabe qué hacer, Es solo parte del sacrificio que debes hacer”.

Sonó el teléfono.

5

No estoy hablando de historias imprevisibles o de cosas que pasan por azar. Se trata de hechos que se suceden porque la historia está escrita de alguna manera en algún lado. Precisamente, la historia estaba escrita, en un libro negro, con hojas gastadas, en latín. Así era la forma de encontrarse con el destino en las historias de hadas y en los cuentos de caballeros y criaturas mágicas, pero esta vez no se trata de historias contables, se trata de cómo pasan las cosas, y esto tiene que ver con Leda

Leda llego a mi casa a las tres de la tarde. Ella fumaba recostada en el poste de luz, con el violín descuidadamente puesto en el suelo, como si no le importara en lo más mínimo que una de las piezas de madera más valiosas de este país estuviese tratada con el desdeño de esta virtuosa dama y sus dedos.

Tenía unas licras a media pierna, una camisa blanca que lucía entre abierta, pero bajo ella tenía una franelilla roja que entrevistaba sus senos que podía ver desde mi ventana. Su cabello, como de costumbre estaba amarrado con media cola. La muñequera negra con la estrella roja.

Cuando me asomo a la ventana tira el cigarro al suelo y con sus zapatillas deportivas lo apaga majestuosamente y saluda con la mano. Era ella, indiscutiblemente era ella. Tomé las llaves de la mesa de la sala mientras María entendió que era hora de irse, no sin antes echarme una bendición sobre la cabeza. Me santigüe como era la costumbre, porque esta vieja sigue siendo mi madre después de tantos años sin necesidad de haberme parido. “Abre los ojos, negro, ten fe en ti… La niña te ama, pero no sabe qué hacer, Es solo parte del sacrificio que debes hacer”. Y nos acompañamos por las escaleras tres pisos abajo, a despedirme de ella y recibir a mi amiga que llegaba de la calle.

Cuando salimos a la calle, un leve viento levanto su cabello mientras tomaba el violín del suelo, se subió los lentes y se entregó con un beso a la tarde.

Estuve sentado en la ventana de la casa. Ella llegó con unos cigarros, encendió ambos y me paso uno. Me miró intensamente. Me tomó de la mano.

– ¿Cómo has estado?

– Digamos que bien, que te puedo decir. Exceso de trabajo. Exceso de muchas cosas.

– Si te conozco.

– ¿Tu?

– Igual, tocando de allá para acá. Como siempre en las mías. Con la última gira he tenido que dejar la universidad por un rato, no creo que sea mucho. Creo que el próximo semestre, si no sale nada raro, seguiré con lo mío de nuevo.

– Si eso me dijiste la vez pasada…

– Ah, negro siempre regañándome. ¿Y qué es eso?

Miró el anillo y se rió. Le dije que era mi amuleto, mi protección. Ella se subió la franela y se volteó para mostrarme su tatuaje en la parte baja de la espalda: Queen. “Te gusta”, preguntó con una sonrisa en la cara. Húmedo puse el dedo en la boca del fénix, y asentí con la cabeza. “Un fénix o un cisne” pregunté yo, y puso cara de cierta duda.

La tomé por la cadera y la lleve a mis piernas torpemente y la besé. Su camisa blanca dejaba entrever sus pechos ocultos bajo la camisa roja. Mi mano se deslizó debajo de su camisa.

6

Si se supiera que hay entre las sombras seguramente habría los labios rojos de una mujer que aún no sabe qué nombre tiene el silencio. No sé qué tiene sus piernas, sus piernas dóciles, blancas, fuertes, justas, esperanzadoras. Así, sus caderas así, su ombligo así, su vientre claro y fornido así, el camino hacia su pecho, su hermoso pecho, de senos redondos y pequeños, de pezones duros y claros, de esos que sólo comparte la belleza del amor cuando se ama.

Así, así, se puede seguir besando un cuerpo, una espalda pecosa, una espalda tatuada con nuestra primera cadena entre nosotros dos, nuestro primer vínculo entre los poetas que tanto leímos, entre los labios que entrecruzamos cuando éramos jóvenes, entre los cafés y las palabras perdidas entre besos. No, no puedo llamar a esto sexo, ni amor, ni nada que se parezca a los usos carnales de la piel, esto es una forma desfigurada del destino. Sólo somos ella, yo, y la energía del universo. Sólo eso.

Su sudor, si es su sudor, que de dulce nada, de salado, de repente, de su olor, de la sábana sudada de todo de lo que pareciera el sexo, de todo lo que pareciera el placer, de todo eso que no sé cómo se llama. De hecho, también está el temblor, está el frío que hay en el ambiente, de la luz que existe alrededor gracias a la media luna, a sus pies, a sus no sé qué realmente como se llama.

Su brazo, después de abrazarla, fue simplemente una forma de saber que había algo que me hiciera calla para toda la vida, dejar las palabras y comenzar con la nueva vida. Pero el mundo no da vueltas para el lado que uno desea. Todo está escrito en las estrellas. Y eso sólo lo puede hacer un visionario del destino.

Me despertó la música. La vi sentada en el suelo con las partituras regadas por todo el suelo. Y con interés en un de ellas, sus dedos estaban sobre el violín simulando notas una y otra vez. Tenía la camisa blanca, sólo eso.

Me senté frente a ella a ver que leía. No tenía nombre por ningún lado y no me parecía nada conocido. “¿y eso?”, pregunte. “es algo que estoy tratando de escribir, pero no convence”. Le pedí que lo tocara. Ella comenzó cerrando los ojos a tocar.

Una luz comenzó a salir de las rendijas de la nevera, y de golpe estalló la puerta de la nevera, y un vendaval nos envolvió a ambos. “Qué es esto”, preguntó ella con rostro de terror. Me acerqué a la nevera y el estuche ya no estaba, solo un ave negra de cuello elegante y con las alas extendidas. El ave emanaba una luz tremenda. No me quedó otra de sacar el ave de la nevera y colocarlo sobre la mesa de noche. Ella acurrucada en un mueble, veía con gran asombro lo que ocurría.

– dime que es un juego negro, que no tiene nada que ver con lo que estoy pensando.

– Si, es lo que estas pensando.

– Como es que siempre es lo mismo, siempre tienes una cosa extraña en tu vida, siempre tienes una sorpresa, una cosa que no sé que es que termina haciendo correr a cualquiera.

– Porque así son las cosas Leda porque así son las cosas.

De repente recordé las líneas en latín que leí en casa de Sandra: “Sólo el cantar de la tristeza de una doncella puede dar vida al ave negra de la muerte solar. Sólo el canto del ave, puede acabar con la noche que cubre su corazón, pero el sacrificio de ambos sea justo con el dolor y el renacimiento de un alma”.

Las palabras se me quedaron en la garganta. Y empecé a hablar solo:

– ¡cierto!, sólo el cantar, pero no es un cantar porque la clave está en la música, es algo tocado por ella. Pero lo de doncella…

– Marco…

– ¿Qué?

– Que es esto…

– Por lo que entiendo tú eres la doncella que despertaría al cisne y por lo que puedo entender tú eres la del sacrificio…

– Negro no puedo entender cómo es que siempre te rodea algo extraño, siempre es algo que yo no puedo entender, siempre es… usssssh, ¡UNA MALDICION!

– Pero lo que no entiendo es que tiene que ver con nosotros dos, porque según Nathaniel, debería morir el cisne para romper la profecía la daga…

– COÑO MARCO ESCUCHAME… NO ENTIENDES QUE NO ENTIENDO QUE ESTA PASANDO…

– Leda toma la daga y mata al cisne que es lo único que puede romper la profecía…

– CUAL PROFECÍA SI YO NO ENTIENDO ABSOLUTAMENTE NADA.

Leda dio un manotazo y soltó la daga, que fue a parar directo a mi pecho.

7

Era difícil respirar, de hecho, era casi imposible respirar, sentía que algo caliente corría por mi pecho, y algo frío estaba enterrado en mi pecho. Ella con sus manos no sabía qué hacer, no sabía si sacar la daga o si dejarla en su sitio. En una de esas la tomo fuerte con sus manos y la sacó de un tirón. “Te voy a llevar a un barrio adentro, no sé a dónde”. Tomo las llaves de mi carro, con su camisa blanca apretó mi herida y a duras penas me llevó al carro.

Al llegar al modulo de barrio a dentro. Tuvimos que arrastrarnos hasta la puerta y tocar la puerta azul como seis veces para que nos atendieran. Salió un negro como de dos metros y medio que con acento cubano nos atendió. Al principio no nos quería atender porque era un hecho de sangre pero, luego que le mostramos la daga, miró a leda con cara de miedo. Y nos hizo pasar rápidamente. Me colocaron en la cama… y no recuerdo mucho de lo ocurrido.

Cuando me di cuenta estaba el negro echándome unos ramazos y bañando la herida con un aguardiente barato. “esto no es brujería balurda, muchachita, esto es brujería de la seria…” le dijo a Leda y registrando algún libro y después de unas cuantas llamadas, logró conversar con el jefe de los santeros que le dio cierta orientación”.

De un escritorio lleno de cosas, santos, velas y yo no sé cuantas cosas más, sacó un cuerno de caza, de eso que se ven en las películas. “Sabía que algún día sabría para que sirve esto”. Y le lo entregó a Leda el cuerno. “Sóplalo” le dijo, y lo que sonó fue música maravillosa. El cubano se rió. Ella sorprendida le preguntaba que pasaba, y al soplarlo el sólo se escuchó el sonido de un cuerno de caza. Llévalo a casa… dijo. No recuerdo más.

Eran como las 3:43 de la madrugada, lo sé porque el reloj del VHS marcaba eso… Leda tocó el cuerno y el cisne cantó.

Como a las cuatro, un poco más… Leda estaba con la cabeza del cisne bañando la herida con un viscoso líquido, creo que era sangre, pero era fría…

Como a las 5 leda estaba acurrucada en el mueble viendo como una luz azul llenaba el cuarto… lloraba y el rímel le corría por las mejillas

Como a las cinco y 30 escuche la puerta… Leda se había ido, como de costumbre colocó una nota bajo el cenicero…

Al despertar, estiré la mano para tomar la nota… La nota decía:

“Es increíble como siempre eres el tipo de las cosas extrañas, de las cosas locas, de las cosas invisibles. Son las cosas contigo. Creo que es por eso es que las cosas contigo son tan puras y tremendas, pero son cosas que yo, después de muchos años no logro entender.

No creas que salgo huyendo de tu vida a cada rato por el miedo que le tengo a las cosas que vivo contigo, le tengo miedo al amor que nos tenemos. Tu eres una de las cosas más puras que me han pasado en la vida, y a veces me cuesta descubrir que eres tan mundano como cualquiera, pero tan extraño y oculto como ninguno.

Según me dijiste, tenía que matar el cisne. Con eso moje tu herida, era lo que me dijiste. Me dio mucho terror lo que ocurrió después. No entendí definitivamente. Porque era simplemente magia. Esas cosas que tú sólo conoces. Magia de la de verdad…esa misma magia que me hizo postrarme en tus labios una vez y es la que me hace volver siempre.

Vine a verte para mostrarte mi tatuaje y decirte que me iba a Múnich a tocar con la orquesta…después de ahí creo que son unas cuantas fechas. Dicen que tocaremos con el Papa, pero hasta que no lo vea no lo sé.

Te amo, es el sacrificio que hago por ti”.

8

Sandra me llamo en ese instante. Como buena adivina, conocía todos los detalles de los sucedido, pero de eso no comentó nada. Me pidió que fuera a la tienda para conversar. Que llevara todas las cosas. Aun no había parado de llorar cuando tranqué.

Era incomprensible que tomara el metro. Pero en una caja llevaba todos los objetos. Al llegar a la casa de Sandra me la encontré con Nathaniel en la sala de estar. Ambos charlaban amenamente pero callaron cuando me vieron llegar. El jesuita se abrió la camisa y me mostró la cicatriz. Yo abrí la mía y me di cuenta que era exactamente igual. “no se sabe si era un fénix o un cisne”, dijo él, y sin mucho que hacer asentí.

Puse le huevo sobre la mesa, la daga y el cuerno que aquel cubano me había dado. Sandra extendió la mano y se la di. Con dos pases me quitó el anillo y me dijo que ya no lo necesitaría más. Ella tomo el huevo y lo coloco de nuevo en si caja de terciopelo y la colocó en un anaquel. El anillo, la daga y el cuerno fueron a parar al mismo lugar.

Arrodíllate, dijo Nathaniel.

– Hoy aprendiste que la fe no es ciega pero que el amor puede cegar a cualquiera. Sólo el señor tiene la visión clara del universo y sabe que sólo él puede cambiar las cosas.

– Nuestro trabajo como magos – siguió Sandra – es entender el universo, saber el por qué de las cosas. Saber que nada pasa en el universo sin alguna razón. Eso nos diferencia del todos los demás. Entender, comprender e interpretar el universo es nuestra misión.

– El anillo es el símbolo de tus miedos…

– El cuerno es el símbolo del alma libre que necesita salir…

– La daga es el símbolo del equilibrio, puede ser un arma mortal como puede ser de gran ayuda…

– El huevo es el símbolo del futuro…

Me ayudaron a levantarme y en alemán recitaron unos versos al unísono… Lohengrin. La luz entraba sobre la ventana… se fundía con las palabras de los recitantes. La cicatriz en el pecho era solo el comienzo de la paz que tenia.

Al salir de donde Sandra acompañé a Nathaniel a templo. El nazareno estaba tan imponente como siempre. El jesuita me miró y me preguntó qué me pasaba. Negué con la cabeza alegando cansancio. “Ella va a volver. El secreto está en las palabras”.

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Abracadabra


El encuentro

Había escuchado mucho sobre ella. Tenía el papelito que decía su dirección y su teléfono. De todas las tiendas que existían en el centro de Caracas, sólo había esa que podía darme lo que estaba buscando. Yo creo que era más curiosidad que cualquier cosa, pues todos me conocen, no creo absolutamente en nada, o por lo menos eso es lo que trato de hacerle creer a la gente.
En la esquina de la pelota, un poco mas abajo, precisamente bajando por la calle que da a la catedral, tenía la tienda. Honestamente no había nada extraño. La tienda seguía siendo lo normal, muchos frascos de muchos colores, con esencia de ruda, de heneldo, de cariaquito, además de una gran cantidad de otras infusiones de cualquier cosa que supuestamente se le llama en estos lados Brujería. También había muchas ramas de muchos tipos de muchas cosas extrañas, como también una gran cantidad de talismanes y amuletos, conocidos dentro de la creencia popular. Al final, son baratijas.
Una morena hermosa de caderas anchas, de cabello largo y oscuro salió a preguntar que quería con esa costumbre criolla de ofrecer media tienda: “tengo amuletos para la suerte, hay de todo tipo, para la buena fortuna, para el dinero, para el amor… ¡ah! También preparamos filtros de amor para lo que sea, si quieres que la chica este a tu lado para siempre, ¿Seguro tienes novia?, dicen que los nuestros son los mas fuertes y efectivos”. Se extrañó que mi reacción ante sus habilidades fuese una sonrisa. “Sólo estoy buscando a Sandra”, le dije. El rostro de la morena cambio en un instante, y preguntó para qué. “Ese es mi asunto”, le respondí. Me pidió que esperara.
Minutos más tarde me dijo que entrara a un cuarto que quedaba detrás de una cortina de piedras rojas. No era un cuarto. Era una escalera que subía a un segundo piso. Eran de cemento. Las paredes estaban adornadas con múltiples colores y figuras míticas. Llegue a pensar que era otra de esas burlas esotéricas, pero después de un rato entendí que tenían algo de sentido lo que estaba viendo, eran figuras alegóricas a esas criaturas que había leído en las novelas de caballerías, en los cuentos infantiles de gnomos, hadas, gigantes y dragones, aunque los dragones parecían mas a las lagartijas que todos conocemos que a los dragones chinos de grandes alas y narices prominentes que vemos en la cultura oriental.
Al pasar una cortina blanca, me encontré con una mujer envuelta en paños muy finos de color blanco, parada en la ventana. Sus cabellos largos y blancos le llegaban casi a las caderas. Al voltear, me encontré con una mujer de amplia sonrisa y de un humor inquietante. Era obvio, era una mujer espectacularmente hermosa, sumamente hermosa a sus 60 años.
Sus dedos eran gruesos y sus uñas eran largas y afiladas. Su piel era blanca y sus lunares aparecían discretamente de sus mangas. Andaba en medias y pantuflas de cuero. Ella tenía un fuerte acento francés. Me invito a sentarme en una mesa, después de retirar unos cuantos papeles que ciertamente parecían mapas astrales. Pidió a la muchacha que le preparara te.
– ¿y que haces buscando a esta vieja que vive de las supercherías?
– Bueno, es que estoy buscando unas cosas, diría yo bastante raras.
– ¿raras? ¿se puede saber quien le dijo que yo poseía cosas raras? – respondió con una sonrisa maliciosa en el rostro.
– Pues unos libros, unas pociones, unos conjuros que ando buscando, en especial, por cosas que quiero desanudar.
– Ah, desanudar… tiempo que no escuchaba a alguien que quisiera hacer algo de eso. Siempre quieren una limpieza africana. No creas, he tenido que aprender de eso un poco.
– No pensaba que fuera entendida en esas artes.
– Pues no, si no fuera por Adelaida, tendría que hacer un curso – Dijo tomando mi mano derecha y empezando con lo acostumbrado – ¿Eres zurdo no?, se nota porque no tienes el índice calloso. Tienes una línea de la vida bastante corta, pero muy pronunciada…

Así nos distrajimos y hablamos durante horas. Hablamos de muchas cosas y me mostró unos cuantos libros de cosas extrañas, entre ellas estaban una Biblia en latín que consiguió en la abadía de Le Thoronet. Era interesante ver los grabados y los dibujos paganos en un libro de fe como éste, más cuando estaba escrito en la lengua legal de la iglesia. Me mostró también un Necronomicon manuscrito que había encontrado en un viaje que hizo a Grecia. Pero quizás lo que más interesante fue un libro gigantesco de cuero con un pentáculo en la portada. Era un libro de conjuros de magia blanca del norte de Irlanda. Muchos de estos libros se quemaron durante los cientos de años que duró la persecución de brujas en toda Europa. De hecho, aun existe esta persecución pero de manera muy reservada. Sandra me contó que su llegada a estas tierras fue precisamente por esta persecución.
– pero bien. Ahora explícame, que es lo que quieres desanudar un curioso escéptico como tu. ¿No es que tú no crees en nada?
– Pues bien se trata de un juego que hicimos entre una muchacha y yo hace algunos años. Se trata de esto. – De mi bolsillo saque una pequeña caja de madera. Al abrirlo, había unos cabellos rulos atados con un hilo de oro.
– ¡Mon Dieu! ¿Quién hizo esto?
– Yo…
– ¡Increíble!, Esto es algo que tenia años sin ver. Por cierto… Quien te dijo que vinieras a mí.
– Un jesuita amigo suyo…
– Ah, Nathaniel…

 

La receta

Caracas, 25 de agosto de 2005

Querido amigo:
Aquí te apunto en unas cuantas notas de las cosas que tienes que hacer para romper el hechizo. Son tres procesos, uno para limpiar el cuerpo, para deshacer el hechizo, otro para romper los hechizos y otro para crear un amuleto de protección.
Primero tienes que limpiar el cuerpo. Tienes que conseguir un litro de leche de toro negro y el día viernes, después de bañarte normalmente, te bañas con la leche y le pides que corte todo lo malo que tu cuerpo tenga, rezas un credo y te santiguas. Te vistes sin lavarte.
Luego quemas la atadura hasta que se haga cenizas y la dejar ir al aire en la primera noche de cuarto creciente recitando lo siguiente “dejo libre a quien até alguna vez a mi corazón, me quito el peso de su amor y de sus pensamientos. Eres Libre”
Enciende una vela blanca y otra negra, hacia abajo. Echa sobre ellas un puñado de alcohol y otro de tierra, mientras lo echas vas diciendo: “Alejo las trabas que anidan en mi destino. Revierto la acción de Lucifer para que permita que mi espíritu se sienta libre y dichoso” y luego te deshaces de lo que queda.
Luego, para protegerte, busca un elemento de metal que puedas llevar, preferiblemente un anillo o un dije, que no sea no de oro ni de plata. Mantenlo en la mano por diez minutos dentro de tu mano y después pasa tu mano 1 vez por cada uno de los cinco elementos: agua recogida de un riachuelo, viento de la montaña, fuego de leña, tierra fértil y metal puro recién extraído de la tierra.
Enciende una vela blanca en un tentáculo con tierra en la punta inferior izquierda. Un abanico de papel que simbolizara el viento en la punta inferior derecha. Cinco gotas de agua de manantial en favor del agua. En la punta superior izquierda hierba de mantis. Encendida por el fuego de la vela en la punta superior derecha. En la punta superior coloca el objeto de metal anterior. Arroja dos gramos de amonio en el fuego de la vela y corta un trozo de tu cabello. Enciéndelo con la vela colócalo sobre el objeto de metal hasta que se acabe. Derrama tres gotas de tu sangre sobre el y repite: “en mi sangre llevo el don la magia que fluye en mi, no hay mayor poder”.
Así ese objeto se convertitira en tu amuleto. Llévalo siempre contigo y no habrá ser mágico que se te acerque para mal ni nada mágico a que temer.
No te aseguro que puedas romper un hechizo tan poderoso como esta atadura tan poderosa que hiciste. Pero entiendo que tienes el poder de hacer y deshacer estas cosas tan poderosas. Yo no he sido capaz de hacer una atadura tan poderosa, pero tu si puedes. Lo dicen tus cartas.

 

El quiebre

Anna tiene un pentáculo colgado en la pared y lava su casa con agua filtrada una infusión de flores. Ligia tiene un perfume particular, una infusión de rosas que hace su abuela para alejar los malos espíritus. Alejandra tiene un dije colgado en el cuello, una lágrima de cristal, que no se quita nunca. Maria Francia tiene flores frescas todos los días en su escritorio en frente de la ventana. Maria Alejandra tiene amarrado en el tobillo izquierdo una concha marina lavada por los brujos de la playa para alejar lo malo.
Fernando tiene una figura de metal colgada al cuello. Memo tiene otra. Luís acaba de coronar el santo. La familia de Carlos tiene un altar de Santa Bárbara en la puerta de la casa, y celebran con vino tinto cada día de changó. Mi madre tiene una medalla de la milagrosa para cada uno de nosotros y siempre nos las pone en los momentos difíciles.
Yo ahora tengo un anillo en el dedo anular de la mano izquierda, donde siempre hubo un anillo. También tengo una herida en ese mismo dedo que me arde cada vez que puede.

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