COTA CAÍDA


“Hay un lugar que yo me sé

en este mundo, nada menos,

adonde nunca llegaremos”

Trilce, Cesar Vallejo

“La vida es un viaje en paracaídas

y no lo que tú quieres creer”

Altazor, Vicente Huidobro

Llega la hora y la duermevela no termina de cerrar el ciclo. Alargo los minutos para evitar que llegue el ciclo que me aleja de la realidad. El frio de Santiago: el plumón, el polerón, el gorro, los guantes… el celular que alarga la caída en eso que no sé cómo llamarle…

Las luces aparecen cálidas en el amanecer. Una línea de luces recorre la montaña. Tengo la certeza de que el horizonte no está quieto: Los carros circulan desde temprano sin compasión al alba.

La lluvia huele, la montaña huele, la mata de mango huele. No hay agua y es necesario el baño rápido y la escasa arepa llena los niveles de energía para el camino. Retumba el motor 150 en el estacionamiento. Lo tira pa’ un lado, lo tira pa’ otro, se evita la cola entre los carros y los semáforos no tienen ningún efecto en la necesidad de esquivar a otros que están pendientes de bajarte. El carrito por puesto suena a salsa de Radiorama.

Sabana Grande siempre está despierta, el Gran Café, Plaza Venezuela, los libros baratos, la UCV, el ateneo, el cocuy de penca, los museos con Gego y Botero y Cabré. Bolívar por todas partes: Bolívar en la moneda, Bolívar en la calle, Bolívar en la política, Bolívar en la ignorancia.

La escasez, la ausencia, la falta, la violencia normal, el metro lleno. Ron con Coca Cola con libros de Almela, Cadenas y Montejo mezclados con Fito, Paralamas y Alejandro Sanz. Los amores ajenos, los amores pasados, los amores perdidos y encontrados. Amar sobre todas las cosas y escribir sobre eso.

Ver el atardecer desde la ventana de la casa materna, ver los ojos verdes de la vecina del nueve, escuchar cómo la llamaban a Malala para que subiera y las mentadas de madre del futbolito de la tarde.

Los rostros de los amigos que no están, los lugares que ya no son, las calles irreconocibles, las tiendas que ya no existen, los carteles que cambiaron. Los árboles que cortaron, los huecos que se agrandaron, los santos que siguen ahí.

Cerrar los ojos y volver al frío. El sudor se comprende como un sueño malo, atado al recuerdo de lo que fue y lo que no será más. La certeza de soñar como volver, de volver como anhelo, de anhelo como certeza.

El reloj indica las cinco y media, y con el cambio de hora resiente más en el cuerpo, queda poco para comenzar de nuevo: los guantes, el gorro, el polerón, el plumón, el frío que recorre la espalda del que sabe que un bonito sueño no es más que una pesadilla.


Estos cuentos forman parte de los ejercicios realizados en el curso de escritura migrante «Yo me cuento», con mi querida Profesora Mireya Tabuas como facilitador durante julio y agosto de 2023.

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